Ha sido hablando con él. Escuchándolo a él, cuando me he dado cuenta de que el cobarde sigues siendo tú.
Tú te dormías y yo fingía cerrar los ojos, en realidad los abría y te miraba, te observaba, esperaba. Como cuando dos amantes se despiden y se alejan dándose la espalda, entonces uno de ellos mira hacia atrás esperando que el otro también lo haga, confirmando cuánto se quieren. Tú nunca te diste la vuelta y sin embargo yo no dejé de mirar hacia atrás. Puede que solo haga unos días que he dejado de mirar hacia atrás, puede que haya aprendido a avanzar y hacia delante. La pena es que tú aún no has mirado ni una sola vez hacia atrás y aún no sabes siquiera qué fue lo que vivimos, qué fue a lo que renunciaste por miedo a ser feliz. Porque solo los cobardes toman decisiones y no se vuelven a mirarlas. Porque solo los valientes toman decisiones.
Has vuelto a mover ficha, hacia delante, siempre huyendo. Todos cometemos errores, es humano cometer errores. Es cierto, pero no todos huimos de ellos. Algún día esa persona de la que llevas huyendo la mitad de tu vida va a pedirte la cuenta, las pérdidas y ganancias, entonces tendrás que prepararte un buen discurso. Esta vez no tienes que convencerme a mi. Tendrá que ser un discurso muy preparado, has tenido años para trabajarlo. Imagina. Tendrás que convencerte a ti mismo de que todo este tiempo has sido feliz, y lo que es peor, deberás fingir que lo eres. Pero en eso eres un experto, en huir también lo eres, eres un experto en ser un cobarde y quizás ya hayas conseguido ser tan rápido que consigas huir, incluso, de ti mismo. Qué pena.