
Así que hace un par de día decidí acercarme a ese mismo parque y a ese mismo banco. Entonces estaba ocupado por una pareja, no puedo decir nada sobre ellos mas que a él le encantaba su pelo, jugaba con él mientaras miraba sus ojos. Ella, atrevida, le puso la mano en la entrepierna. Él llevado por un impulso más parecido a un empujón que a un instinto natural, la cojió de la nuca y la beso freneticamente. A lo que ella respondió para su satisfacción.
No me vi capaz de levantarme la falda y meterme en la fuente aunque esta vez el hormigueo ya había alcanzado ese objetivo que yo me empeñe en reprimir durante años.
Ellos no se percataron durante todo ese teimpo de mi presencia ni siquiera cuando una hora más tarde abandonaron el parque. A su suerte.
Yo aún sumergida en un hormigueo que ya recoría todo mi cuerpo, continué allí, desafiante, observando ese banco que una vez más, y esta vez sin tocarme, me había hecho padecer de ese hormigueo. Cosquillitas que antes de ayer dejaron de ser esos bichitos negros.
No había ni rastro de ellos cuando me levante de nuevo banco. Entonces decidí acercarme a la fuente, esa que tantos años me había ayudado a mitigar ese movimiento de patitas chiquititas recorriendo poquito a poquito y de manera intensiva mis piernas.

Estaba seca, todo lo demás era igual, incluso alrededor todo era mucho más verde y colorido. Paisaje que contrastó y de golpe, con los montones de hormigas que se apilaban en donde solía haber agua. Estaban todas muertas.
Me sentí peor que nunca, porque era un juego, había sido un juego, divertido, consolador.
Clara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario