viernes, 29 de octubre de 2010

intentando sobornarte.


Tenía la extraña sensación de que nunca encontraría un lugar apropiado para poder trabajar. Probé el salón, la mesa era amplia y a determinadas horas del día la iluminación del habitáculo era considerable, pero al cabo de ciertas semanas acabe por concluir que no era eso lo que buscaba. Probé también en mi dormitorio en el cual tengo un escritorio pero entre las limitaciones del espacio y la tentación de la cama a altas horas de la madrugada, mi concentración llegaba a anularse. Así que probré por acondicionar el que hasta ese momento había sido el trastero.
Lo primero que coloqué fue una lampara que guardaba allí mismo desde que mi madre hace años, cuando hicieron reformas en casa, decidió prescindir de aquello, que con el tiempo, te das cuenta que no es tan imprescindible como parecía.
Asi que esa lampara de hierro empezó a alumbrar la que desde las reformas de mamá, había sido su hogar.
Como escritorio decidí utilizar la mesa del salón que tanta libertad de movimiento me dio en su momento, encima de ella solo un cenicero. La silla la coloqué de manera que al sentarme quedase mirando a la puerta. Nunca se sabe cuando aparecerá alguien en tu casa y abrirá la puerta de tu trastero, aunque para ello deba tener la llave y/o técnicas especializadas para forzar todo tipo de puertas y cerraduras.
Siempre me gustó ser precavido.
El equipo de música fue lo siguiente que coloqué, lo compré la misma tarde que decidí que ese sería mi lugar apropiado para trabajar. No era gran cosa, radio y lector de CDs, pero era todo lo que necesitaba para imaginarme que la música llenaba toda la habitación. Esa habitación que poco a poco se fue llenando, cubriendo el espacio que había entre los dos muebles y el equipo de música, de sentido, de desorden organizado, de sentimientos propios de cada día de trabajo.

Solía utilizar el mismo cuaderno siempre al trabajar pero quise darle a todos esos sentimientos la independencia que merecen, y empecé a utilizar folios reciclados de quien sabe qué otros trabajos y sentimientos. Eso último sin ninguna intención, ya sabemos que los sentimientos no entienden de relieve y mucho menos de calidad. Si eso importase me hubiese quedado en el salón.

Al fin y al cabo cada día de mi vida merecía la habitación adecuada, la iluminación adecuada con la música adecuada, con los muebles adecuados. De la compañía no puedo decir nada.
Porque no soy yo quien puede decidir, si permitir, quien cruza mi puerta.
Inciso, permitir tampoco, ¿quién puede decidir quien será el próximo en entrar?
Como mucho podré rellenar folios reciclados acerca de a quien me gustaría ver aparecer por aquella puerta pero...
A pesar de eso hace tiempo que como dije antes tengo claro que quien llegue al trastero será porque o tiene la llave de mi casa o sabe llegar a donde nadie nunca llegó. O claro está sabe forzar puertas y cerraduras sin importarle que quiera yo.
Y esto no es la historia de cómo encontré el sitio apropiado para trabajar, es la historia de como no seré yo quien decida la compañía en esa habitación.


No hablé sobre el color de las paredes, ¿a quién vamos a engañar?, hoy en día es fácil dar con un cerrajero 24 horas.


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