jueves, 27 de octubre de 2011

Time de Hans Zimmer


Porque igual que vivo donde ella empieza, muero donde ella acaba.
No recordaba los pasos que había dado hasta llegar aquí. Estaba oscuro y el suelo, frío. Notaba el aliento de alguien más, a veces rozaba mi cuello, otras un soplo al corazón. Me sentía en llamas pero apagada. Apagada la piel, los músculos, el tacto, el sabor, en llamas lo de dentro, lo que quema, a veces, si me dejan.
Me estremecí una vez más. Entonces su piel socorrió a la mía que cansada ya decidió abandonarse. Entonces cerré los ojos. Lo que podían ver mis ojos en ese momento no era muy distinto a lo que veía al tenerlos abiertos. Pero al cerrarlos ganaba ventaja, recuperaba el tiempo perdido, el sentido del tiempo como todos los demás sentidos se agudizaban al privarme de la vista. 
Chirriaron las bisagras de la puerta y lo siguiente fueron pasos, él si sabía por dónde había llegado. Qué le había llevado hasta ahí. No era yo, por el momento. 
No había luz, andaba a oscuras, su presencia sin embargo me guiaba, entonces decidí complicarme la vida, y di otro paso más. Hacía ninguna parte, ni hacía delante, ni hacía atrás. Él en cambio se desvaneció. Lo noté porque ahora me notaba en otro sitio, ni más hacía delante, ni más hacía atrás. Me notaba temblando, expectante, pero aún de pie. 
Los susurros que estaban al principio, seguían ahí. Gracias que los susurros como los abrazos, como los besos, como las caricias, como las sonrisas, como las miradas de complicidad, como los chistes a tiempo, como la mano que te levanta, como la palmadita que te anima a seguir, no han de saberse el camino ni de ida ni de vuelta. 
Clin! La llave está en el suelo. Las llaves, me volvió a susurrar. No habrá una. No habrá dos. No habrá tantas como puedas imaginar. Habrá tantas como estés dispuesto a encontrar, pero solo darás con una. La opción acertada, por la que diste un paso, y otro, y otro, en ninguna dirección pero en todas. Quedarse quieto es no querer salir de allí. No es andar rápido o correr, o avanzar, lo que llamamos huir. Huir es preguntarle a los susurros, a los abrazos, a los besos, a las caricias, dónde está la puerta. No hay respuestas para tantas preguntas, nada nos asegura que detrás de la puerta que abras habrá menos oscuridad y más claridad. Pero sabes con certeza que al abrirla, las caricias, las sonrisas, las miradas de complicidad, los chistes a tiempo, la mano que te levanta, la palmadita que te anima a seguir, estarán ahí. 
Nada acaba, cuando al final de todo, cuando coges aire para espirar por última vez, notas llenarse tus pulmones, notas cómo ni hace tanto frío ni te cuesta respirar. 


Suerte.

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