jueves, 11 de marzo de 2010

conquistando tu lado de la cama, dos

Me destapé, dejé el albornoz colgado del toallero. Abrí lentamente la puerta esperándolo al otro lado. Él no me conocía, solo fue el deseo y las llaves debajo de la alfombrilla de mi vecino, lo que hizo que apareciese antes de tiempo.
Fue un calambre en la sien lo que me hizo retroceder, a mi oídos ya llegaba la música, una canción de Antony & The Johnsons, esta vez, más ruda que nunca. Así se confirmaba su presencia. Desnuda y desprovista de ganas de luchar, salí del cuarto de baño.
Estaba allí, no lo habría reconocido. No tuve que aguantar su sonrisa tonta, pero si su mirada antes de que ésta empezase a bajar. Noté como tragó saliva, ahora estaba mucho más cerca. Colocó la copa de vino, esa que se sirvió sin permiso, encima de la mesa auxiliar que mi madre quiso comprar para las cenas de Navidad. Y se agarró con fuerza el cinturón, gritaba muy fuerte las ganas de salir de allí. Mis pasos fueron cortos y arriesgados, sus manos fueron más allá.




Me agarró fuerte de la cintura para tirarme encima del sofá. Caí mal, golpee el jarrón con la mano, mi instinto y no yo, intentó frenar la caída hacía lo prohibido, lo deseado, lo tabú…
Pero lo siguiente en caer fue su pantalón.
Fue brutal, la cabeza me estaba traicionando, antes de que él pudiese manchar sus manos de mi yo ya lloraba de dolor, esperaba cada día con resignación y devoción este momento. Me desvanecí y cuando desperté me fue más difícil de lo normal respirar, tomar el aire de bienvenida a la vigilia. Tenía la boca ocupada en él. Supuse de inmediato que ni había pasado mucho tiempo, ni había hecho falta preguntas.
Al notar movimientos por mi parte acercó su cara muy a la mía y respiró fuertemente. Quizás pudo leer mi mente y saber que segundos antes me había costado tomar aire, o quizás no.
Noté su aliento despedirse de mí.
Quise complacerle y ahogarme en él para su disfrute, pero estaba atada, de pies y manos. Hoy jugaba él, yo me dejaba jugar. No iba a recordarme mi dolor de cabeza. Pero aquello me gustó.
Recibí la primera entrada cuando aún la pelota no estaba en el campo, esta vez venía a robarme algo más. Una y otra vez. Su cara se esforzó en dibujar compasión. Yo aún así era más de respirar fuerte, muy fuerte, casi audible. Pero esta vez la música sonaba, mucho más allá de mis gritos guturales y desgarradores, de placer.
Se abandonó fuera de mi, esta vez no saborearía su porqué, pero gastaría un poco más de agua en la ducha, un poco más de tiempo.
Sudó casi tanto como mi cabeza para no abandonarme una vez más. Lo recuerdo y él me lo recuerda cada vez que decide levantar la alfombrilla de mi vecino, cada vez que el tiempo no se para a preguntar, ¿oye, hoy cómo estás?

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